martes, octubre 28, 2008

"Mi mesa de luz está llena de estrellas", dijo la poetisa con una voz capaz de converser hasta a lucifer. Cerrò la puerta y se marchó. Se marchò porque la ciudad era demasiado enorme para dejar su vida en entre cuatro paredes, se marchó porque en su panza sonaban las estrofas de una canción que dedica su entera melodía a la libertad... Se marchó, sencillamente, dejando una historia atrás que no encontraría un fin, en su interior.
Tenía miedo, quizà. ¿Al amor?¿Al para siempre?...Un miedo que la ahogaba, un miedo que la llevaba a buscar excusas para justificarse, un miedo que paralizò sus labios a la hora de hablar y remediar el presente...
Él se quedó perplejo, ensimismado. Miraba sus manos, llenas de tinta, y recordaba una por una las poesías que le había escrito, las veces que la había llamado en silencio mientras se sumergía en la más hermosa soledad de una estrella. ¿Qué más?. La partida de ella le había dejado un sabor amargo en la boca y un signo de interrogación en los labios. ¿Hasta cuándo?.
El reloj en la pared de su cocina marcaba las diez, luego las diez y catorce, y asì pasaron las horas y los dìas... quese agruparon en meses y sanaron la herida de aquèl adiòs. Él seguía respirando, su corazón seguía latiendo, y los mates amargos aún conservaban su sabor original. Con el don del espíritu limpio y la conciencia tranquila, él abrazó un nuevo amor, y se hundió en el sueño más bonito... amar sin pretextos y sin pasados. Ella era una muchacha bonita, de rasgos delicados y femeninos. Ella tenía un universo para dar, mimos simples pero sinceros, era una joven llana, sin vueltas sin retorcijones. Una antagónica comparación con la poetisa, que para ese entonces, empezaba a extrañar aquella sombra.
El tiempo se esfumó entre las balzosas, convirtiéndose en las semillas de una herida abierta... Ella volvió, pero encontró un universo diferente al que había dejado: las calles ya no estaban vacías, los rosales no florecían con aroma embriagante, sino con un dèbil perfume... El amor, no respondía a los caprichos de su corazón, el amor no era eso...
Tarde lo descubrió.
Ya no existían arrabales compartidos, solo su tango y el tango de él, y una rumba que bailaba el nuevo amor.
Y así fue, como la historia de ella y èl, y él y ella quedó archivada, con un final imposible y unas esperanzas amuradas al quinto peldaño del infierno...
Y así es, y será.

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