martes, diciembre 09, 2008

Las gotas se hacen mar.
Los puños paredes.
Los brillos de un vestido, pedazos de una copa de cristal que acaba de caer al piso.
Y la lluvia, la lluvia de verano golpea con calma mi ventana, y me sugiere dulcemente que convierta en palabras las sensaciones del momento.

Ser libre.
Amar con sinceridad.
Acariciar el aire.
Mirar a la luna y escribirle en silencio.
¡Cuán fuerte se siente el brillo de aquellos ojos, que pueden mirar sin dolor!.

Recuerdo, con cierta melancolía, una noche de primavera... como la de hoy. La lluvia jugaba con el césped verde y brillante, se hacìan el amor con una suave brutalidad. Se enrosacaban, se fusionaban.
Yo, una simple sombra bajo el umbral de la ventana. Escribìa unos versos alborotados, y pensaba que la vida es hermosa como los ocasos de verano. Que la vida aún cuando nos atañe una pena amarga, aún cuando tememos que la independencia sea un pasaje a la soledad, es hermosa. Hermosa por esencia y naturaleza. Hermosa porque existen mariposas que condecoran los árboles, y frutos que embriagan al espectador y al dulce poeta que puede describir su existencia.
Yo, esa simple poetisa minimizada a un tamaño pequeño, escribìa y dejaba que mi cuerpo se nutra con el agua que caìa, suave y prolijamente...

Muchos dìas pasaron desde ese entonces.
Muchas noches sin estrellas, con ellas. Con algunas fugaces que se llevaban tras su paso, el sueño de un peregrino.
Hoy vuelve a llover, como esa noche, solo que esta vez no soy aquella sombra que se esconde tras los vidrios abiertos de par en par de esa ventana. Hoy soy una silueta, con contorno delineado y mirada fija.
Nadie puede amar la vida mas que uno mismo y para amar sin perder las alas, siempre uno debe medir el corazón.

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