sábado, julio 21, 2007

Amelie tiene una pena que no la deja respirar.

Lo extraña. Lo necesita. Lo busca. Lo ama.

Lee una y otra vez sus poemas para poder encontrarlo.

Es efìmero ese momento: ella lo descubre entre sus metàforas y èl la mira, le sonrìe.

Se acercan hasta que sus narices se rìen de la proximidad.

Se susurran, pero no logran oirse.

Se abrazan, pero sus brazos permanecen inmòviles.

Y ese reloj detiene su marcha: Los mira, y agacha la cabeza.



Amelie tiene una pena que la hace llorar.

Sigue frente a èl... De pronto, un deseo loco de cantar la invade... y canta... pero sus rimas son tristes melodìas y entre las estrofas se cuela un hilito de voz.

Desea reìr, pero sus labios se niegan... serà que ellos tambièn lo extrañan.



Èl, el cielo, la observa sin comprenderla y la deja hablar... y llorar, pero voltea su rostro y huye. Quizàs a su refugio..Quizàs a su papel.

Y ella se queda inmòvil... contemplando el polvo de aquel espejismo que se esfumò frente a sus ojos.

¡Grita su nombre una y otra vez! y corre con la prisa del viento...



Està triste Amelie.

Lo siente y llora, y eso que ayer reìa...

Las palabras que el cielo escribe crean mundos pero tambièn los destruyen.

Y ese palacio de prìncipes y princesas se desmoronò con la claridad del alba.

Sus làgrimas derriten la arena que coronaban sus paredes, y reducen a trizas las letras de este autor.

Esta muchacha ahoga en silencio esta pena de amor, y busca en los cuentos un final feliz.

Amelie es presa de un error que la lleva a esta agonìa diaria, en la que no se distingue el dìa y la noche y en su ventana no ha parado de llover...

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